lundi, janvier 28, 2008

El surf no tiene porque ser un recuerdo, remembranza de "hace un vergo" o "aquellos tiempos". No quisiera pasar por alto los momentos en que me toca volver a aprender, en que don Pose me aloja otravez.

Ahora fui al Zonte con Eduardo, el Conejo. Me prestó una tabla 6.7" (chulada!, chulada!). Estaba un poco fuerte el mar. Había olas altas y venían muy seguidas. Nos metimos juntos pero en cuestión de segundos y un par de olas, el Conejo ya estaba fuera de alcance y ya solo lo vi avanzar atrás de la reventazón. Avatar que a mi me dejó en una gran sirindanga, me sentía como con las manos atadas y que talvez solo estaba remando con la lengua. Sentía que no avanzaba nada. Vinieron los primeros revolcones y tuve que ceder. En la arena, me arreglé el leash y descansé un poco. Agarré valor (huevitos) y me metí otravez...la misma suerte pero sin revolcones. Volví a tratar varias veces hasta que comencé a notar avances: ya remaba más rápido y el incesante estruendo de las olas (no solo de sonido) ya no me llevaba metros y metros a la izquierda. Ya me mantenía en el mismo lugar, aunque fuese flotando. Luego de dos horas casi el Conejo salió por el mismo lado donde yo estaba. Caminé con él hasta la orilla y le contéla faena en la que me dejado antes de que se perdiera en la reventazón. Le dije que seguiría tratando, él me dijo que iba a descansar un poco y que talvez despues me ayudaba a cachar algun par.

Probé y fue como si el mar abriera una brecha para mi. Un canal para el pez. Solo pasé tres olas por debajo y en varias estuve justo en el punto en que están apunto de emprender el descenso (como cuando comienzan a encorvarse). Eran olas altas, entre más altas más verdes. Sobre la tabla y una vez del otro lado de la cresta , quedaba una enorme estela de agua que brillaba como lluvia momentánea de cristal (por el reflejo del sol) y a causa del viento.

Es un sentimiento raro ese de subir las crestas verdes. Uno escucha el mar que parece colapsar a pocos metros, de repente una muralla verde aparece de lo que fuera ser una simple joroba de agua. Pareciera que el mar abriera un tunel siniestro, una fause voraz que avanza sin tregua...para probar de qué está uno hecho. Es como ese sentimiento de que se acabó el tiempo, de que llegó la hora...de nadar, de encomendarse, de sumergir la tabla, de dar una patada de esperanza para impulsarse de nuevo a la superficie y, si todo salió bien, respirar otravez. Si no, habrá que aguantar sujetado a la tabla lo más que se pueda, dar vuelta en cualquier dirección y sepa cuántas veces...tragar agua y trémulo, respirar otravez. Por suerte el encuentro con don Poseidón siempre termina con respiración...el asunto es cómo: bien tranquilito o con el gran ajolote del palidón.

El fin de la jornada, fue cuando traté de agarrar una ola y ponerme de pie sobre la tabla. Neles. Fue hasta el tercer intento que la ola no me dejo, la pude agarrar a tiempo pero la poca paciencia para ponerme de pie, me dejó en caida libre dentro de un tubo de 8 pies. ¡Padre mío! grité...me asusté, en serio. Todavía ando agua salada en la nariz y cuando trago siento algo que arde, como si fuera solución salina.

Estoy feliz. Es un encuentro otravez. Con los mares y con ese sentimiento que aún no tiene nombre. Veremos si aparece con el sol o con las estrellas...pero entre las olas.