vendredi, novembre 09, 2012

mardi, juin 26, 2012

DECLARACIÓN FINAL Cumbre de los Pueblos RÍO + 20


Cumbre de los Pueblos en la Río+20 por Justicia social y ambiental, en defensa de los bienes comunes, contra la mercantilización de la Vida
Movimientos sociales y populares, sindicatos, pueblos, organizaciones de la sociedad civil y ambientalistas de todo el mundo presentes en la Cumbre de los Pueblos en la Río+20 por Justicia Social y Ambiental, vivenciaron en los campamentos, en las movilizaciones masivas, en los debates, la construcción de convergencias y alternativas, conscientes de que somos sujetos de otra relación entre humanos y humanas y entre la humanidad y la naturaleza, asumiendo el desafío urgente de frenar la nueva fase de recomposición del capitalismo y de construir, a través de nuestras luchas, nuevos paradigmas de sociedad.
La Cumbre de los Pueblos es el momento simbólico de un nuevo ciclo en la trayectoria de luchas globales, que produce nuevas convergencias entre movimientos de mujeres, indígenas, negros, juventudes, agricultores/as familiares y campesinos, trabajadores/as, pueblos y comunidades tradicionales, quilombolas, luchadores por el derecho a la ciudad, y religiones de todo el mundo. Las asambleas, movilizaciones y la gran Marcha de los Pueblos fueron los momentos de expresión máxima de estas convergencias.
Las instituciones financieras multilaterales, las coaliciones al servicio del sistema financiero, como el G8/G20, la captura corporativa de la ONU y la mayoría de los gobiernos demostraron irresponsabilidad para con el futuro de la humanidad y del planeta y promovieron los intereses de las corporaciones en la conferencia oficial. En contraste con esto, la vitalidad y la fuerza de las movilizaciones y de los debates en la Cumbre de los Pueblos fortalecieron nuestra convicción de que sólo el pueblo organizado y movilizado puede liberar al mundo del control de las corporaciones y del capital financiero.
Hace veinte años el Forum Global, también realizado en el Aterro do Flamengo, denunció los riesgos que corrían la humanidad y la naturaleza con la privatización y el neoliberalismo. Hoy afirmamos que, además de confirmar nuestro análisis, ocurrieron retrocesos significativos en relación con los derechos humanos ya reconocidos. La Río+20 repite el fallido itinerario de falsas soluciones defendidas por los mismos actores que provocaron la crisis global. A medida que esa crisis se profundiza, más avanzan las corporaciones contra los derechos de los pueblos, la democracia y la naturaleza, secuestrando los bienes comunes de la humanidad para salvar al sistema económico-financiero.
Las múltiples voces y fuerzas que convergen en torno de la Cumbre de los Pueblos denuncian la verdadera causa estructural de la crisis global: el sistema capitalista patriarcal, racista y homofóbico.
Las corporaciones transnacionales continúan cometiendo delitos con la sistemática violación de los derechos de los pueblos y de la naturaleza con total impunidad. De la misma forma, avanzan sus intereses a través de la militarización, de la criminalización de los modos de vida de los pueblos y de los movimientos sociales promoviendo la desterritorialización en el campo y en la ciudad.
De la misma manera, denunciamos la deuda ambiental histórica que afecta mayormente a los pueblos oprimidos del mundo, y que debe ser asumida por los países altamente industrializados, los cuales, al fin y al cabo, fueron los que provocaron las múltiples crisis que vivimos en la actualidad.
El capitalismo también lleva a la pérdida del control social, democrático y comunitario sobre los recursos naturales y servicios estratégicos, que continúan siendo privatizados, convirtiendo derechos en mercaderías y limitando el acceso de los pueblos a los bienes y servicios necesarios para la supervivencia.
La llamada "economía verde” es una de las expresiones de la actual fase financiera del capitalismo que también utiliza viejos y nuevos mecanismos, tales como la profundización del endeudamiento público-privado, el estímulo excesivo al consumo, la apropiación y concentración de las nuevas tecnologías, los mercados de carbono y la biodiversidad, la apropiación ilegal y la extranjerización de tierras y las asociaciones público-privadas, entre otros.
Las alternativas están en nuestros pueblos, nuestra historia, nuestras costumbres, conocimientos, prácticas y sistemas productivos, que debemos mantener, revalorizar y ganar en escala como proyecto contrahegemónico y transformador.
La defensa de los espacios públicos en las ciudades, con gestión democrática y participación popular, la economía cooperativa y solidaria, la soberanía alimentaria, un nuevo paradigma de producción, distribución y consumo, el cambio de la matriz energética, son ejemplos de alternativas reales frente al actual sistema agro-urbano-industrial.
La defensa de los bienes comunes pasa por la garantía de una serie de derechos humanos y de la naturaleza, por la solidaridad y respeto a las cosmovisiones y creencias de los diferentes pueblos, como, por ejemplo, la defensa del "Buen Vivir” como forma de existir en armonía con la naturaleza, lo que presupone una transición justa, a ser construida con los/las trabajadores/as y los pueblos.
Exigimos una transición justa que supone la ampliación del concepto de trabajo, el reconocimiento del trabajo de las mujeres y un equilibrio entre la producción y reproducción, para que ésta no sea una atribución exclusiva de las mujeres. Esta transición pasa además por la libertad de organización y el derecho a la contratación colectiva, así como por el establecimiento de una amplia red de seguridad y protección social, entendida como un derecho humano, así como de políticas públicas que garanticen formas de trabajo decentes.
Afirmamos el feminismo como instrumento de la construcción de la igualdad, la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos y sexualidad y el derecho a una vida libre de violencia. De la misma forma reafirmamos la urgencia de la distribución de la riqueza y del ingreso, del combate al racismo y al etnocidio, de la garantía del derecho a la tierra y al territorio, del derecho a la ciudad, al medio ambiente y al agua, a la educación, la cultura, la libertad de expresión y la democratización de los medios de comunicación.
El fortalecimiento de diversas economías locales y de los derechos territoriales garantiza la construcción comunitaria de economías más vibrantes. Estas economías locales proporcionan medios de vida sustentables locales, la solidaridad comunitaria, componentes vitales de la resiliencia de los ecosistemas. La diversidad de la naturaleza y su diversidad cultural asociada es fundamento para un nuevo paradigma de sociedad.
Los pueblos quieren determinar para qué y para quiénes se destinan los bienes comunes y energéticos, además de asumir el control popular y democrático de su producción. Un nuevo modelo enérgico que esté basado en energías renovables descentralizadas y que garantice energía a la población y no para las corporaciones.
La transformación social exige convergencias de acciones, articulaciones y agendas a partir de las resistencias y alternativas contrahegemónicas al sistema capitalista que están en curso en todos los rincones del planeta. Los procesos sociales acumulados por las organizaciones y movimientos sociales que convergieron en la Cumbre de los Pueblos indicaron los siguientes ejes de lucha:
  • Contra la militarización de los Estados y territorios;
  • Contra la criminalización de las organizaciones y movimientos sociales;
  • Contra la violencia contra las mujeres;
  • Contra la violencia a lésbicas, gays, bisexuales, transexuales y transgéneros;
  • Contra las grandes corporaciones;
  • Contra la imposición del pago de deudas económicas injustas y por auditorías populares de las mismas;
  • Por la garantía del derecho de los pueblos a la tierra y al territorio urbano y rural;
  • Por la consulta y consentimiento libre, previo e informado, basado en los principios de la buena fe y del efecto vinculante, según la Convención 169 de la OIT;
  • Por la soberanía alimentaria y alimentos saludables, contra agrotóxicos y transgénicos;
  • Por la garantía y conquista de derechos;
  • Por la solidaridad con los pueblos y países, principalmente los amenazados por golpes militares o institucionales, como está ocurriendo ahora en Paraguay;
  • Por la soberanía de los pueblos en el control de los bienes comunes, contra las tentativas de mercantilización;
  • Por el cambio de la matriz y el modelo energético vigentes;
  • Por la democratización de los medios de comunicación;
  • Por el reconocimiento de la deuda histórica social y ecológica;
  • Por la construcción del DÍA MUNDIAL DE HUELGA GENERAL.

Volvamos a nuestros territorios, regiones y países estimulados para construir las convergencias necesarias para seguir en lucha, resistiendo y avanzando contra el sistema capitalista y sus viejas y renovadas formas de reproducción.
¡De pié, continuamos en lucha!
Río de Janeiro, 15 al 22 de junio de 2012.

Cumbre de los Pueblos por Justicia social y ambiental en defensa de los bienes comunes, contra la mercantilización de la Vida.

mercredi, mai 23, 2012

Il n'y a pas de mouvement sans rythme

Il n'ya pas de mouvement sans rythme. 
No hay movimiento sin ritmo. 

-----

El movimiento de los Astros.
De los Cerros.
De las placas de Fuego.
Del Magma.

El movimiento de la Roca.
De La Tierra. 
De la Galaxia.
Del Sol.

El movimiento del Árbol.
De la Madriguera.
Del Capullo.
De las Alas.

El movimiento del Crepúsculo.
Del Amor.
De la Noche.
Del Tiempo.

El movimiento de los Sueños
De la Esperanza.
Del Futuro. 
Del Movimiento.


El Movimiento es Cuándo
Es Cómo
Es Dónde.
Es Para. 


El movimiento del Mañana.
 Es Hoy.

mercredi, février 22, 2012

Encontré un espejo, tirado en la red

Adónde irán los Indignados y los «ocupas»?

Leonardo Boff

En una de las mesas más importantes de debates en el Foro Social Temático de Porto Alegre, en la tuve la oportunidad de participar, pude escuchar los testimonios vivos de los Indignados de España, de Londres, de Egipto y de Estados Unidos. Lo que me dejó muy impresionado fue la seriedad de los discursos, lejos del tono anárquico de los años 60 del siglo pasado con sus muchas «parole». El tema central era «democracia ya». Se reivindicaba otra democracia, bien diferente de esta a la que estamos acostumbrados, que es más farsa que realidad. Quieren otra democracia que se construya a partir de la calle, de las plazas, el lugar del poder originario. Una democracia desde abajo, articulada orgánicamente con el pueblo, transparente en sus procedimientos y no corroída nunca más por la corrupción. Esta democracia, de entrada, se caracteriza por vincular justicia social con justicia ecológica.
Curiosamente, los indignados, los ocupas y los de la primavera árabe no se remiten al clásico discurso de las izquierdas, ni siquiera a los sueños de las distintas ediciones del Foro Social Mundial. Nos encontramos en otro tiempo y ha surgido una nueva sensibilidad. Se postula otro modo de ser ciudadano, incluyendo poderosamente a las mujeres antes invisibilizadas, ciudadanos con derechos, con participación, con relaciones horizontales y transversales facilitadas por las redes sociales, por el móvil, por el twitter y por los facebooks. Nos encontramos ante una verdadera revolución. Antes las relaciones se organizaban de forma vertical, de arriba abajo. Ahora lo hacen de forma horizontal, hacia los lados, en la inmediatez de la comunicación a la velocidad de la luz. Este modo representa el tiempo nuevo que estamos viviendo, el de la información, del descubrimiento del valor de la subjetividad, no aquella de la modernidad, encapsulada en sí misma, sino la de la subjetividad relacional, la de la emergencia de una conciencia de especie que se descubre dentro de una misma y única Casa Común, que amenaza ruina a causa del excesivo pillaje practicado por nuestro sistema de producción y de consumo.
Esta sensibilidad no tolera ya más los métodos del sistema para superar la crisis económica y derivadas, saneando los bancos con el dinero de los ciudadanos, imponiendo una severa austeridad fiscal, el desmantelamiento de la seguridad social, el abaratamiento del empleo, el recorte de las inversiones, suponiendo ilusamente que de esta forma se reconquista la confianza de los mercados y se reanima la economía. Tal concepción se ha vuelto dogma y en muchas partes se oye la estúpida muletilla "TINA: there is no alternative”, no hay alternativa. Los sacrílegos sumos sacerdotes de la trinidad nada santa formada por el FMI, la Unión Europea y el Banco Central europeo han dado un golpe financiero en Grecia e Italia, y han impuesto allí a sus acólitos como gestores de la crisis, sin pasar por el rito democrático. Todo es visto y decidido desde la óptica exclusiva de lo económico, rebajando lo social y aumentando el sufrimiento colectivo innecesario, la desesperación de las familias y la indignación de los jóvenes porque no consiguen trabajo. Todo esto puede desembocar en una crisis de consecuencias dramáticas.
Paul Krugmann, premio Nobel de economía, pasó unos días en Islandia para estudiar la forma como ese pequeño país ártico salió de su crisis avasalladora. Siguieron el camino correcto que otros también deberían haber seguido: dejaron quebrar a los bancos, pusieron en prisión a los banqueros y especuladores que practicaron desfalcos, reescribieron la constitución, garantizaron la seguridad social para evitar el colapso generalizado y consiguieron crear empleo. Consecuencia: el país salió del atolladero y es uno de los países nórdicos que más crece. El camino islandés ha sido silenciado por los medios de comunicación de masas mundiales por temor a que sirva de ejemplo a los demás países. Y así el carruaje, con medidas equivocadas pero coherentes, corre veloz hacia el precipicio.
Contra este curso previsible se oponen los Indignados. Quieren otro mundo más amigo de la vida y respetuoso de la naturaleza. Tal vez Islandia les servirá de inspiración. ¿Hacia dónde irán? Quién sabe. Seguramente no en la dirección de los modelos del pasado, ya agotados. Irán en dirección de aquello que decía Paulo Freire de lo «inédito viable» que nacerá de ese nuevo imaginario y que se expresa, sin violencia, dentro de un espíritu democrático-participativo. En cualquier caso, el mundo ya nunca será como antes, y mucho menos como a los capitalistas les gustaría que fuese.
- Leonardo Boff es Teólogo/Filósofo


http://alainet.org/active/52851

mardi, janvier 03, 2012

Mozaico de comentarios, artículos y fotos sobre la obra y destrucción de la fachada de Catedral Metropolitana de San Salvador


He dicho muchas veces que no me considero una persona religiosa. He dicho que no creo en las religiones ni en las Iglesias aunque he estado en varias. Sin embargo, también he dicho que la Biblia y su "palabra" me parece un libro fenomenal, con una sabiduría inagotable, importante y de gran valor. No obstante, no creo en los dogmas, ni en una verdad única. No me considero romano, ni apostólico ni católico, aunque estando en aprietos, en las peores circunstancias, hay siempre la misma imagen de ese esa energía suprema, de esa fuerza vital que tiene al universo gravitando, convertido en un hombre. Esa imagen me rinde cuenta de lo que soy: Un homínido moldeado, repleto de imágenes que son fruto de los moldes que (re)construyen mi identidad.

Y eso no está mal, es decir, no es ese el punto. Ni por cerca.

Esos moldes -mi lugar hermenéutico- me permiten entender, hacer uso de razón, aprender. Y hoy espeto ideas en comunión con otros que lo hacen igual, ante una muestra arrogante de lo que sucede en un país atravezado por la insensibilidad y la miope visión de lo que somos y, por ende, de lo que podemos ser.

La remoción del mosaico que conformaba la fachada de la Catedral Metropolitana es un episodio imperdible porque es una conjunción importante de factores que ilustran a El Salvador del siglo XXI. No voy a juzgar a la Iglesia, no voy a juzgar a los "chauvinistas", ni a los indignados ante la destrucción de la obra, pero sí quiero detenerme en este punto de la historia, reparar en ella y aprender. Tampoco quisiera hacer parecer como que la obra de Llort es el único patrimonio que ha sido vulnerado, humillado y pisoteado. Eso sucede a cada rato cuando dejamos que saqueen, ultrajen y que caigan en el olvido, que se "invisibilicen", que se pudran, pulvericen o quemen las expresiones de nuestro yo. Eso sucede desde Cuzcatlan, desde antes de El Salvador y Centroamérica. Eso sucede desde Mesoamérica, desde antes. Y sucede hoy, incluso cuando hay censura, cuando pintarrajeamos en nombre del "orden", el "ornato", de los "valores". A veces se pinta solo lo que tiene la pinta adecuada. Y lo adecuado sigue siendo tan abstracto y poco convincente, tan de unos pocos.

El episodio de la obra de Llort es expresión de lo constante en este país. No es la única y me parece una enorme oportunidad para que El Salvador retome con dignidad y decisión el valor de lo que somos y lo que queremos.

Lo que me inspira es una convicción que guardo. Si no dejamos de asumir la realidad como un simple depósito, seguiremos creyendo que lo relevante es el depósito y no lo que ese depósito guarda, construye ...o destruye.

Comparto con ustedes estos artículos.


Un mosaico, mil pedazos, dos iglesias

Carlos Molina Velásquez (*)

SAN SALVADOR - A propósito de la decisión de un jerarca católico de destruir el mosaico que cubría la fachada de la catedral metropolitana, he leído columnas y comentarios que responsabilizan “a la Iglesia Católica”. No puedo estar de acuerdo con este “análisis”. Es incorrecto afirmar algo así, ya que equivale a meter en un mismo saco a la jerarquía eclesial y a la comunidad de los creyentes, cuestión insostenible si se somete a serio escrutinio. Un vistazo a la historia del cristianismo —y de las religiones— bastaría para echar por tierra el supuesto de que las argollas clericales hablan y actúan siempre en representación de la fe de la gente.

Quizás los más jóvenes no me creerán, pero hubo una época en que “católico” no era sinónimo de obtuso, prepotente o reaccionario. Decías que asistirías a tu parroquia y te convertías en sospechoso de ser un librepensador, un rebelde o un guerrillero. Eso pensaban muchos parientes de quienes ingresaban al seminario. Eran los años en que se tenía en los labios a Camilo Torres, se sabía que Pedro y Rogelio andaban por los montes, y Romero no iba “en camino a los altares”, pues ya había sido canonizado por su pueblo.

Durante los años ochenta, llevar consigo “La Biblia Latinoamericana” podía crear verdaderos problemas en un retén militar. Algunos la llevaban dentro de sus mochilas, bajo montones de ropa sucia, sobre todo si tenían que cruzar el Puente Colima. Y era seguro que la visión de estolas y otros ornamentos sagrados con “imágenes de La Palma” despertaría la hostilidad y suspicacia de los chafas, ya que la consideraban señal inequívoca de que se encontraban ante un pastor de la Iglesia Popular, es decir, “un subversivo”.

Iglesia más Latinoamérica sólo podía dar Liberación: así era entonces. Ser católico consistía en vivir el cristianismo y eso significaba que bautistas, presbiterianos, luteranos y episcopales no eran “hermanos separados”, sino que caminaban juntos por el mismo sendero. Incluso en las celebraciones había lugar para agnósticos y ateos, ya que no te preguntaban si creías o no en Dios, sino si querías luchar por la verdad y la justicia.

Algunos dirán que no todo era así. ¡Por supuesto! También estaba “la otra Iglesia”, integrada por cristianos —católicos, protestantes, evangélicos— para quienes lo importante siempre estuvo en otra parte: en la cantidad de misas o el tamaño del templo. Para estos “cristianos” siempre fue un escándalo ver a su arzobispo, párroco o pastor en mangas de camisa, bebiendo café con los campesinos. “¿Qué más necesitas para comprobar que Dios no te escucha, si te lo pasas sólo con esos pobres diablos y hasta pareces uno de ellos?”, decían. “El evangelio es prosperidad”, repiten desde entonces, y eso aún quiere decir que confían más en el Señor de los Ejércitos que en el Padre de Jesús.

De más está decir que esta Iglesia cambió el peregrinar junto a los pobres por una confortable poltrona junto a los poderes fácticos. Esos poderes fueron esenciales para que San Salvador pudiera tener por fin una catedral. Esto no se consiguió mientras aún vivía Monseñor Rivera, entre otras cosas porque él pensaba que más importante que terminar un templo era lograr que finalizara la guerra. Hubo que esperar los dineros que proporcionaría el giro episcopal hacia el Opus Dei, el cual sobrevino después de su muerte. A partir de entonces, la jerarquía católica estaría cada vez más unida, no con el pueblo salvadoreño, sino con los dueños del oro y la plata, así como con pastores y clérigos más ocupados en construir templos que preocupados por la justicia o el bienestar de la gente.

Lo anterior nos permite entender por qué la destrucción de la fachada de la catedral es un gesto infame para cualquiera que se considere católico y cristiano auténtico. Al convertir el mosaico en mil pedazos, se eliminó uno de los pocos vestigios del alma del pueblo que aún conservaba el templo de Monseñor Romero. Hemos escuchado del mismo Fernando Llort cómo el arte que plasmó en el templo católico no estaba impulsado por la motivación del lucro o el deseo de reconocimiento para su persona, sino por un auténtico espíritu evangélico. Esto no sólo contrasta claramente con los “nuevos intereses” del poder eclesiástico, sino que tampoco es ninguna sorpresa para quienes conocemos (un poquito) la trayectoria del arte de La Palma. En absoluto sorprende que la Iglesia del Poder no llore por su destrucción y sería mucha ingenuidad esperar un arrepentimiento sincero o un propósito de enmienda real por parte de aquellos que miran con desprecio todo arte que pudiera ser interpretado como “popular”.

Hay dos iglesias, no porque haya dos “confesiones religiosas” (católica, bautista, luterana… es evidente que hay muchas más…), sino porque podemos asumir fundamentalmente dos posiciones frente al mensaje cristiano, que sin duda atañen a lo religioso, pero también a lo político, lo social y lo cultural. Es la elección entre un compromiso con el universalismo recogido en la conocida afirmación paulina: “Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer” (Gal. 3, 28) —que es lo que significa “creer en el Padre de Jesús”— o el pacto con el Dios del Poder. Dos opciones, dos iglesias.

No me cabe duda de que la verdadera Iglesia de Jesús ha lamentado este nuevo atentado contra sus raíces y su herencia, así como lamentó e incluso sufrió en carne propia muchas otras vejaciones y ultrajes. Mal harían los cristianos callándose o cediendo a las amenazas de quienes les ordenan callar. Mal harían también aquellos que, sin ser parte de ninguna comunidad cristiana, eluden afrontar las distinciones pertinentes en sus análisis, y confunden el ataque de estos patéticos iconoclastas contra el alma de nuestro pueblo y la historia de nuestro país con algún tipo de pugna entre Iglesia y sociedad, entre religión y arte o entre creyentes y no creyentes.

(*) Académico y columnista de ContraPunto

Destrucción de Identidad

Por César Menéndez
Publicado el 2 de enero de 2012 en El Faro.net

Me ha impactado mucho la destrucción del mural elaborado en mosaicos que mi colega, Fernando Llort, hizo para la inauguración de catedral, después de una larga lucha por su construcción que duró años, en medio de terremotos y tragedias políticas como los dolorosos sucesos, en tiempos de guerra, que sucedieron a la muerte de Monseñor Romero y durante su entierro.

Nuestra catedral metropolitana ha sido santuario y testigo de nuestra propia historia, tan convulsionada que parece eterna por sus propias características sociológicas , políticas y culturales, propias de una identidad discutida y poco recuperada, porque su dinamismo en el tiempo responde más a patrones foráneos, por que en el fondo nos da vergüenza y

pena ser lo que, en el tiempo, ha sido más por el dominio del poder económico y político que por el pensamiento intelectual y espiritual de sus pocos pensadores.

Tengo bien presente la primer visita que nos hizo su santidad Juan Pablo II, allá por los años ochenta y recuerdo haber tenido la satisfacción de ver cómo el altar, la estola y todos los objetos rituales de la misa que ofreció el Santo Padre, eran diseños de nuestro artista Fernando Llort, dándole a la ceremonia un estilo tan propio y una identidad nacional, que a partir de ahí nos identificó y, a través del arte, fue capaz de unirnos en un solo concepto estético, producto de la lucha que Fernando había tenido en un pueblo remoto de nuestro país, La Palma, educando a través del arte y la cultura y al mismo tiempo mostrando, con su pintura, el amor a Dios y la paz. A partir de ese momento, Fernando Llort se convirtió en un símbolo de identidad que a la fecha trasciende también a través de la industria, como parte del desarrollo global del país, ya que en el exterior sus formas y diseños nos identifican como un arte salvadoreño.
¿Entonces qué significado tiene destruir un monumento insp

irado por Dios y hecho por sus manos? Y me pregunto: ¿bajo qué criterios un comité eclesiástico decide ponerle fin a su obra, que, a través de la iglesia, había sido donado al pueblo de El Salvador?

Supongamos que la obra en sí ponía en peligro a la gente, por su deterioro, porque como dijo el arzobispo los pegamentos ya no eran apropiados y había que destruir la obra; pues Fernando Llort está vivo, y les pudo dar la mejor asesoría para que este mural se mantuviera con vida.

Creo que es importante discutir a fondo esta situación, porque si no queda claro y dejamos de sentar un precedente, a otro comité de sabios, bajo otro gobierno, se le va a ocurrir mandar a borrar el mural de Carlos Cañas que está en la cúpula del teatro nacional, aduciendo también deterioro y que la gente cuando mira para arriba le caen " pedacitos de pintura en los ojos", cosa que nos es posible.

Es importante que las instituciones, sean estas nacionales o privadas, sepan que los artistas y gremios, afines al patrimonio de la cultura y el arte, estaremos atentos y críticos, para que estos abusos de autoritarismo, ignorancia y poder no se sigan dando. Con las respectivas disculpas al clero católico y porque me considero en la fe católica, porque yo también soy un artista que hoy experimenta el estar trabajando en la simbología divina, tengo pena y tristeza de que a mi colega Fernando Llort le suceda esto.

Yo no veo posible que en un país como México, por ejemplo, se

les ocurra, borrar uno de los famosos murales de Diego Rivera, que están en el palacio de Bellas Artes, solo porque se está "pelando" la pintura, cuando estamos viviendo en una época en la que la tecnología puede estar por encima de cualquier decisión compulsiva o que responda a intereses desconocidos, dentro de los cuales existan razones económicas o de otra índole. Yo seguiré muy de cerca lo que a futuro suceda en catedral, porque es mi derecho como ciudadano y como artista que soy.


Érase una vez... catedral

E-mailImprimirPDF

Un país de urgencias y de andamios, por Amparo Marroquín Parduci | Autores de Centroamérica | Scoop.it



Amparo Marroquín (*)

SAN SALVADOR – Me eduqué en un colegio de monjas. En una catequesis me contaron que, cuando Monseñor Romero vivía, dijo que mientras en El Salvador existiera gente que no tuviera casa, la Iglesia no iba a reconstruir Catedral. Esa fue la primera historia que escuché. Me pareció que resumía mucho de lo que fue el país en ese entonces. Un país de urgencias y de andamios, de construcciones a medias y utopías.

El tiempo pasó. Años después, el arzobispo Sáenz Lacalle decidió, en julio de 1995, crear la Fundación Catedral de San Salvador. Todavía recuerdo la publicidad que apareció en periódicos de esos años, y que invitaba a creyentes altruistas a "adoptar un mosaico, una obra de arte que pasaría a la historia" y decoraría la fachada. Para hacerlo se enviaba a las autoridades eclesiásticas una generosa donación. El encanto que para mí tenía el anterior relato se perdió entre nuevas voces. Con todo, fue interesante ver la respuesta de tanta gente que se sintió parte del proyecto y que dio no solo dinero, sino tiempo, esfuerzo, creatividad.

En 1999, se inauguró esa otra Catedral. Un pastiche de estéticas en el paisaje del centro de San Salvador. Parecía un buen reflejo de un país sin muchas claridades. Los mosaicos de ese genial artista que no tuvo problema en transitar por la ambigua frontera que va de la artesanía al arte, unas cúpulas pintadas con la estética de un pastel, abajo una tumba que convocaba peregrinaciones y mensajes poco ortodoxos, y al interior unos frescos extraños que se mezclaban con imaginería popular.

Me aproximé a esa nueva estética en sucesivas visitas con amigos que venían de fuera. Y el entusiasmo compartido por los dibujos de Llort me hizo sonreír más de una vez. Sobre todo cuando insistían en entrar a ver el altar mayor, que se les volvía una promesa de colores a partir de la expectativa que anunciaba la fachada. Al entrar el comentario era casi siempre el mismo: "es cierto, adentro es igual a todas las demás...".

Ahora ya no hay promesa en la fachada. La destrucción de los azulejos se ha justificado señalando su deterioro. No me parece extraño que en este país se decida de un día para otro cambiar un paisaje que se había vuelto referencia icónica, pero no deja de sorprenderme las declaraciones de sus dirigentes y autoridades.

¿Los mosaicos estaban realmente dañados? ¿Por qué no se habló con el artista para que ayudara a su restauración? ¿Qué se dirá a las familias que donaron su dinero para cada azulejo? ¿Se les hará una devolución? ¿El que una propuesta visual no sea del gusto de todos la convierte en un elemento que puede ser destruido? ¿No se colocará nada en la fachada, o se va a poner una imagen de El Salvador del Mundo hecha por otro artista que parece gozar de una mayor aprobación de la nueva estética eclesial? Si como señaló el arzobispo, "el lugar no era oportuno para tener mosaicos", ¿por qué no se pensó en trasladarlos a otro espacio y conservar otra historia del relato de esa catedral, de esta ciudad, de este país?

No puedo dejar de pensar en la Casa de los azulejos, en México, ha sobrevivido a la humedad, los terremotos, la contaminación desde que se colocó su fachada actual en 1737, cubierta de azulejos de talavera poblana. Como nos dice una fuente tan colectiva como wikipedia "la cocción de una substancia a base de esmalte torna al azulejo impermeable y brillante, es generalmente usado en gran cantidad como elemento asociado a la arquitectura en revestimiento de superficies interiores o exteriores o como elemento decorativo aislado". La cerámica de talavera es, también, artesanía y arte, comercio y lugar de referencia turística.

Puede que sea sintomático que la Iglesia católica se aleje de un arte y unas imágenes que han identificado este país y su gente durante muchos años. Tampoco es este el único caso de destrucción de un espacio material considerado patrimonio, en este país son muchas las instituciones que contribuyen al cambio del paisaje y a quienes la noción de conservación del pasado y la memoria les puede parecer interesante, siempre y cuando no se obstaculice esa noción de desarrollo y progreso que pasa por la destrucción de muchos cimientos. Por feos, por antiguos, por innecesarios, por inciertos.

El antropólogo Néstor García Canclini señala en uno de sus últimos libros, La sociedad sin relato, que el arte es ahora el lugar de la inminencia, de las revelaciones que se producen, y en estos tiempos globales, ya no hay una única narrativa que convoque. La misma noción de patrimonio cultural, dirá, es profundamente discutible. Si no hay un único relato cohesionador, ¿hay entonces un arte que sea disidencia? García Canclini señala que sí y analiza las propuestas de León Ferrari y Cildo Meireles, donde el arte cuestiona meta relatos como la globalización misma y la religión.

Los murales de Llort que decoraban la fachada de Catedral han pasado de pronto a la disidencia, a la pervivencia terca desde la memoria que queda en el relato, a las fotos antiguas. Y parecen anotar algo que García Canclini nos señala: tantas veces se ha anunciado la muerte del arte y esta sigue viva. Prueba de ello es la discusión que desata. La política no suele convocarnos tanto. No nos sorprende. No esperamos ya nada de ella. Pero del arte y la cultura quizá todavía esperamos algo. Que esté, que permanezca, que dé testimonio, que sea una exclamación repentina en el paisaje cotidiano. Y cuando el paisaje se nos cambia es necesario discutir, disentir, señalar.

(*) Columnista de ContraPunto


El Mural de Fernando Llort

Por Ricardo Lindo. Publicado el 2 de enero de 2011 en El Faro.net

Foto Archivo El Faro

Fernando Llort dijo que la fachada de nuestra catedral metropolitana era su obra más importante. No lo es. Su obra más importante es haber creado una artesanía que nos identifica como nación. Su obra más importante es haber renovado la iconografía cristiana obteniendo una generalizada aceptación popular.

Hace algunos años vino un estudioso mexicano que investigaba esa iconografía. Lo siento, he olvidado su nombre, pero me entrevistó al respecto. Me dijo entonces que él había creído que era esa nueva iconografía cristiana producto de la laboriosidad y el ingenio mejicanos y que al seguirle la pista había llegado hasta aquí. Comentó, asimismo, que por esa fachada de Fernando Llort la catedral nuestra es (era) la única catedral metropolitana del continente en tener rasgos latinoamericanos.

Cuando yo era niño, y ya soy viejo, la catedral ardió. Se convocó entonces a un concurso internacional para diseñar una nueva. Importantes arquitectos acudieron con proyectos magníficos, incluso, de creerle a mi difunto padre, Niemeyer, el creador de Brasilia y su admirable catedral. Monseñor Luis Chávez y Gonzáles hizo a un lado los resultados del concurso y encomendó una tradicional iglesia de cúpula miguelangelesca a un arquitecto salvadoreño, constructor de mérito carente de imaginación.

Comentando la destrucción de la fachada de Llort, mi anciana tía Margot de Altschul comentó que el Papa Paulo VI estaba rodeado de arte moderno. Cuando alguien se sorprendió de su gusto respondió: “También Julio II estaba rodeado de arte moderno”. Julio II fue quien encomendó la pintura de la Capilla Sixtina a Miguel Ángel Buonarrotti.

Cuando, tras décadas y décadas de estar exprimiendo a la feligresía para “terminar la catedral” los trabajos llegaron a su fin, el arzobispo anterior trajo a un español que pintó en el interior de la cúpula reproducciones edulcoradas, estampitas gigantes que son copia de la obra de los grandes artistas españoles de la Edad de Oro. La idea de los personajes viéndonos desde arriba de un balcón viene de un artista posterior, de don Francisco de Goya y Lucientes en la Ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid. Inútil decir que no tienen los de aquí ni remotamente la fuerza extraordinaria de los de Goya. Como sea, la Iglesia ignoró a artistas salvadoreños de la talla de Carlos Cañas, de Negra Álvarez, de Rosa Mena Valenzuela, de Licry Bicard…

Cuando el arzobispo Escobar Alas hizo remodelar la cripta de catedral, dando a Monseñor Romero una espléndida tumba, obra de un escultor italiano, y exponiendo el bellísimo Vía Crucis monumental del pintor salvadoreño Luis Lazo, despertó mi simpatía. Ahora ha destruido una obra que demostraba palpablemente que la iconografía de Llort, que el mundo aprecia, es nativa de nuestro suelo. ¿Qué le hemos hecho, señor Escobar Alas, los salvadoreños a la Iglesia, para que nos trate tan miserablemente? Vayan desde aquí mis condolencias a Fernando Llort, querido y admirado amigo.

Vea vídeo "Desde la Palma, con paz y amor", un reportaje gráfico del trabajo de Fernando Llort, incluído la construcción de la fachada de catedral.


La iglesia católica salvadoreña y su inmoralidad est-ética

E-mailImprimirPDF


En la propia catedral metropolitana la iglesia católica bendice el genocidio de 1932, del cual jamás se rebaja a confesar su culpa

Por Rafael Lara-Martínez (*)

DESDE COMALA SIEMPRE… - Que la iglesia católica carece de autoridad moral no es una idea reciente. Sus actos lo confirman (a leer al ritmo “Abriendo caminos” de La banda del sol). Para el siglo XX, en El Salvador, el 2012 cumple ochenta años de su ruina ética. La quiebra moral de la iglesia la testimonia el propio Farabundo Martí. Sus palabras olvidadas las recoge un seguidor suyo en el exilio. La confesión del líder funda una ética como principio político esencial.

“¿Creéis, padre, que es justo este medio social de nuestra Patria? ¿Creéis que es justo también este concubinato de la iglesia con el poder militar que nos desangra? ¿Creéis justa la matanza que el militarismo y la burguesía han hecho en nuestras filas? ¿Creéis que sea amor esta matanza? Si Dios existe como idealidad, priva una certeza horrible: el predominio del mal…” (en Rodolfo Buezo, Sangre de hermanos, 1936).

El grave matiz de ortodoxia —“la burguesía”— no oculta el sentido pleno que reviste el marxismo de Martí. El marxismo no es un materialismo ni histórico ni dialéctico. El marxismo es una moral. Define una ética que declara una doble verdad: el enlace terrenal de la iglesia con el “poder militar” y su participación en un crimen colectivo. En un etnocidio del cual nunca se arrepiente.

Martí no incrimina a la iglesia por sus valores absolutos. Sabe que la “idealidad” de un “no matarás” es incuestionable. Igualmente juzga irrefutable “amarás al prójimo como a ti mismo”. La máxima “Dios es amor” brota en aureola patente de sus palabras.

Pero los actos de la iglesia no se corresponden a su prédica. Por una distancia entre el dicho y el hecho, Martí la acusa de participar en un crimen primordial. La iglesia es cómplice de la matanza.

En la propia catedral metropolitana la iglesia católica bendice el genocidio de 1932, del cual jamás se rebaja a confesar su culpa. Más allá del bien y del mal, sus actos los justifica una posición mundana de poder político. En nombre del “amor” la iglesia se alía a las armas del sacrificio y de la violencia.

Esa alianza destructiva y odiosa resume la prédica marxista de Martí, en su confesión final antes de enfrentar el patíbulo. Su marxismo —insisto— no es un materialismo. Es un ética que denuncia la complicidad de la iglesia en la matanza.

Semanas después del fusilamiento de Martí, una misa de campaña en el atrio de la catedral salvadoreña confirma su solicitud por una conducta intachable. “En solemne misa en el portón de la Catedral de San Salvador a la iglesia católica le corresponde “bendecir al Gobierno, Cuerpo del Ejército, Guardia Nacional, Guardia Cívica y Cuerpo de Policía General, por su noble y patriótica actitud en defensa de la sociedad salvadoreña, de las instituciones patrias y de la autonomía nacional” (El Día, 29 de febrero de 1932). La “defensa de la sociedad” Martí la llama matanza.

Ante esos hechos, no es de extrañar que la iglesia católica se desprestigie y su liderazgo espiritual se desmorone. Prueba de su ruina ética es el auge de iglesias alternativas, sean de raigambre cristiana (bautista, evangélica, luterana, pentecostal, etc.), judaica y musulmán tradicionales en el suelo español, indígena ancestral en el suelo salvadoreño, los múltiples misticismos como la teosofía de los círculos intelectuales de los años treinta, o bien un escepticismo agnóstico.

Todas estos credos ofrecen perspectivas distintas sobre una moralidad católica en crisis. El llamado marxismo de Martí es una respuesta adicional a la angustia ética de una sociedad tradicionalmente católica. El monopolio religioso del catolicismo explota en una miríada de constelaciones morales.

A los sociólogos de indagar las causas políticas y sociales de la implosión. A mí, con toda modestia, me interesa señalar la dimensión ética de la ruptura. Si la iglesia católica pierde el monopolio tradicional sobre lo sagrado, una arista esencial de su descalabro se llama infracción a la ética. La desobediencia a sus propios principios morales sigue sin acto de constricción —sin confesión ni perdón— ya que la soberbia práctica dirige su acto ideal de humildad.

Esta arrogancia que, sin remordimiento, se jacta de poseer la verdad absoluta la reitera este cambio de año. De nuevo, en la fachada de catedral se celebra el saqueo. La demolición actual le corresponde al arte y al patrimonio estético de una nación. Un mural de Fernando Llort que adorna el frente de la catedral acaba en el basurero de la historia por orden superior.

En este acto de vandalismo, la iglesia católica se sitúa más allá de toda ley nacional —más allá del bien y del mal. Obra de manera arbitraria sin respeto al patrimonio de la nación que la hospeda en el reino de este mundo. Su acción hace la ley y procede a borrar la memoria de un cristianismo que le resulta hoy ajeno a su voluntad suprema. El mando teocrático se vuelve constitución de una república cuya cultura no se respeta.

Si en 1932 la iglesia católica bendice la matanza, la demolición del arte es la esperanza que predica para el 2012. La destrucción de una est-ética es una ética de la destrucción. La obra de Llort representa un pacifismo utópico, el retorno a un cristiano primitivo, que hoy la iglesia juzga incómodo.

En unas semanas se verificará si la iglesia católica se digna a confesar su complicidad en la matanza de 1932, luego de ochenta años de silencio arrogante. Por el instante, en esta celebración del nuevo año sólo se augura lo funesto. Pese a su giro liberador en los setenta y ochenta, el 2012, la iglesia lo inicia violando la ley del patrimonio nacional.

Si la exigencia jurídica le reclamaría restaurar la obra de arte dañada, la exigencia moral le demandaría pedir perdón por su complicidad en la matanza. En este mes de enero de un año cabalístico queda pendiente si, en humildad, la iglesia católica restablecerá sus dos infracciones ética y legal. O bien si aumenta su deterioro moral, cediéndole a otros credos religiosos y laicos su autoridad ética en desgaste.

A la espera, en este desierto de Aztlán, en el pueblo de Comala, sólo me queda reiterar con Martí la “certeza horrible el predominio del mal…”, al ritmo de la mejor canción del rock salvadoreño de los setenta. Entre el piano, la guitarra y el coro. “Rosas solíamos ver, más ahora un atardecer” ético. Me muevo en el ocaso de la est-ética de la verdad católica, “de ti y de los demás”. Aun así “abriendo caminos voy…”.

(*) Tecnológico de Nuevo México (soter@nmt.edu)




Posición Personal de Fernando Llort


Remoción de Mural de la Catedral Metropolitana
Enero 3, 2012

Siempre he creído que Dios nos dio las manos para construir, no para destruir. Siempre he creído que las manos son herramientas de paz y de expresión artística. Pero sobre todas las cosas, las manos nos ayudan a pedirle inspiración y guía a Dios.

Cuando la Iglesia me encargó hacer un mural para la fachada de la Catedral de San Salvador en 1997, lo primero que hice fue rezar para pedir inspiración.

La solicitud de la Iglesia de adornar la fachada de Catedral es la más grandiosa satisfacción que Dios me ha dado en mi carrera. La destrucción de esa obra por la misma Iglesia es la cosa más triste que me ha pasado en mi vida.

Lamento esa decisión que muchos no comprendemos. Respeto profundamente a la Iglesia y a su jerarquía.A ellos les digo que hubiese entendido sime hubiesen pedido que trasladara el mural a otro lado. Hubiese entendido si había que restaurarlo. Pero no logro entender por qué destruyeron en silencio una obra de arte de carácter público.

Me siento sorprendido e inmensamente triste porque me negaron la oportunidad de retirar con dignidad la obra más importante de mi vida.

No tiene caso discutir si la obra gustaba o no gustaba. Este es un tema de respeto y dignidad. Este es un tema de básica cortesía y mínima sensibilidad a toda obra de arte.

La fachada de la Catedral era mi obra más importante por el significado espiritual que tenía para mi y porque sentí que era un regalo de la Iglesia al pueblo. Yo dediqué esa obra a todos los que fuimos bautizados como “artesanos de la paz” por el Papa Juan Pablo II en su visita de 1983. La obra era de todos, no era mía ni de la Iglesia.

La obra la denominé “Armonía de mi Pueblo”, por sus elementos artísticos, y también porque “armonía” era lo que nuestro país más necesitaba en aquel momento. Monseñor Romero fue una de las personas que Dios utilizó para que yo encontrara inspiración y por eso tenía una dedicatoria especial para él.

Dediqué más de un año de mi vida para hacer posible el mural y participaron en esa obra muchos artesanos, artistas y arquitectos nacionales y extranjeros. No acepté más remuneración que el costo de los materiales porque sentí que como artista era un privilegio. Fue un honor realizar ese mural y lo hice con especial devoción.

Mucha gente se siente indignada porque sentían que esa obra le pertenecía a todos los salvadoreños. Yo pienso igual. Ese mural le pertenecía a todos y era una expresión de la cultura salvadoreña.Particularmente, siento que la destrucción del mural es una bofetada desesperanzadora para todos los artesanos y artistas nacionales.

Soy respetuoso de lo que la Iglesia disponga. Mi más grande deseo, como artista, sería volver a ver mi obra adornando nuevamente la casa de Dios. Pero esa no esa una decisión mía, como tampoco fue decisión mía en 1997.

Le pedí a Dios que me iluminara cuando diseñé el mural en 1997, y le he pedido a Dios que me ilumine hoy que handestruido una obra de arte sin una razón convincente.

Acepto la disculpa mediática de Monseñor Escobar; la acepto con paz, con tristeza y con resignación. Nunca he sido una persona de rencores ni de resentimientos. Agradezco la disculpa que han hecho en los medios aunque no comprenda sus argumentos.

Quisiera pedir tres cosas.

Lo primero que deseo pedir, a la Iglesia,con todo respeto, es que se le ofrezca al país una explicación seria y coherente. La versión del deterioro de los azulejos es técnicamente insostenible además de inconsistente.

No quiero una explicación para este servidor. Creo que por respeto, los salvadoreños, merecen una explicación decente, con sustento técnico y basada en la verdad.

También quiero pedir que sirva este episodio para reclamar dignidad para los artesanos y artistas de El Salvador, para que se valore su trabajo y se respeten sus obras. No quiero nada para mi, solo quiero un lugar de respeto a los hombres y mujeres que viven del arte en todas sus manifestaciones. Su trabajo es digno y merece respeto.

Y lo más importante que quiero pedir es que la Iglesia me entregue los escombros que sobrevivieron de la destrucción de la fachada de Catedral. Quisiera trabajar con los pedazos de azulejo que se hayan podido rescatar para iniciar una obra-homenaje que pienso llamar “Dignidad y Respeto a los Artesanos y Artistas Salvadoreños”.

Aunque sea un hecho históricamente triste para el país, con esto se abre una ventanapara que los salvadoreños reclamemos dignidad y respeto para el arte, para los artesanos y para los artistas en todas las manifestaciones. Así lo veo, con paz, con resignación y con sentido de oportunidad para el arte y la cultura de El Salvador.

Muchas Gracias

Fernando Llort